Enamorado. Bajo la mirada de un Sol exótico. Enterró sus pies en la arena y jugó con ella hasta sentir el calor crujiente que llegaba hasta lo más alto de su frágil tolerancia. La miró, se levantó desde las profundidades de ése mar que se agitaba sin cesar con el ruido estremecedor de unas olas salvajes que una y otra vez galopaban sobre unas húmedas rocas grisáceas, y sintió la fricción de la arena fina caerse de entre las bellas manos de su compañera. Caminó cientos de kilómetros sinuosos junto a ella mientras la admiraba sin importar el majestuoso paisaje que dejaría atrás. Surcó las oscuras horas del minúsculo atardecer buscando la claridad que reflejaban sus ojos marrones y disfrutó de una instancia única que jamás se repetiría. Capturó cada detalle, hasta el más irrelevante, hasta aquél que el mismísimo Dios hubiera dejado librado al azar cuando la creó perfecta en su imaginación.
Tanto caminaron juntos, que lo infinito de pronto dejó de existir, y allí mismo miraron alrededor por caminos alternativos que les permitiera avanzar sin tropezar en el vano intento de corregir su destino intrínseco. Acallados, se volvieron a mirar e intentaron regresar al mismo acantilado que el Sol los estaba espiando con sus últimas fuerzas. Los granos de arena se sentían pisados nuevamente, y cada uno exclamaba con alegría que ya les había visto pasar. Las olas vivaban en alto sus gotas tratando de acercarse para dar su mágica bendición. Inadvertidas gaviotas revoloteaban como cuervos hambrientos de un amor que sólo se encontraba en las huellas que ambos dejaban marcadas sobre la húmeda arena que las olas iban desgastando lentamente.
Llegaron al pie del prehistórico acantilado rojizo que cubría gran parte de la paradisíaca playa, tomaron el impulso necesario, y escalaron, ayudándose mutuamente a subir cada peligroso escalón rocoso. Agitados, desearon contemplar los últimos metros que restaban hacia lo más alto, respiraron el aire fresco, sintieron la naturaleza con todos sus sentidos como si fueran personas que conocían el mundo por primera vez, y pusieron en práctica todos sus sentidos para descubrir sensaciones sorprendentes al otro lado del mundo.
Miraron el majestuoso paisaje desde arriba, y al instante los dos se conectaron para ver lo más bello de sí mismos. Escucharon el mar aconsejarlos, y luego se entendieron sin hablar. Palparon la tierra, y sintieron lo terrenal de sus vidas. Olfatearon el viento mezclado de tantas sensaciones cálidas, que ambos se sintieron que llevaban el mismo perfume. Degustaron el sabor de su mutua compañía, fundieron su afecto de tantos años en un fuerte abrazo, y le entregaron todo su amor a una naturaleza ansiada de almas puras.
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