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Un equilibrio justo

Foto del escritor: Don ZerbakDon Zerbak

Junio. Ventoso pero cálido. Atípico por cierto, aunque esperable. Sus noches se hacían más largas, su insomnio se atrincheraba entre ovejas moribundas sedientas de verdes praderas ocultas en lo más remoto de sus sueños incumplidos. Su razón no dejaba ver qué se encontraba más allá de las montañas nevadas de miedos y su corazón no se ablandaba ante semejante paisaje.

Se acomodó en un lugar y le pidió permiso a su vida para entretenerse con su rutina, y sentado sobre un perfecto charco rodeado de flores, vio esclavos escapando de su tortuoso pasado, tan jóvenes eran que sus profundas marcas los hacían más viejos. Miró sus manos ásperas y comprendió aquella experiencia para tallar jeroglíficos sin sentido en un árbol sin talar. Se inclinó y se vio reflejado. Su rostro no era tan distinto del que vio en aquellos pequeños esclavos.

Vio más amaneceres, no sin antes tratar de escaparse una y otra vez de esas noches agudas de brillantes lunas llenas y de lobos que no pudieron dar sus aullidos. Buscó en su viejo arte la forma de expresar haber visto tantas desilusiones causadas por conejos negros en el sombrero blanco de un mago invisible.

Abrazó aquél árbol que otros Dioses le habían concedido por haber abierto su espíritu y su amor, y se reconfortó al saber que la naturaleza de ambos aún seguía viva. Trémolo, aceptó el pasado de verse arriba de sus ramas, y se lanzó sobre la tierra, buscando más praderas verdes que colmen su vigilia, y que atenúen la incómoda vivencia a ésas moribundas ovejas. Besó tristemente sus hojas y emprendió su marcha más allá de los límites de su amor.

Cansado y exiliado, fatigó su ser buscando un refugio, incumplió a su destino sacrificando su vaga rutina. Imaginó alternativas para hacer el día más corto y esperar la noche con ansias para atacarla sin piedad como un testarudo soldado de estaño. Se sentía fuerte durante el día, creía en sí mismo y no dejaba lugar a dudas que encontraría la solución a su insípido destino. Durante la noche su razón le ganaba tan rápido como un maestro a su aprendiz. Su jugada imperfecta se estremecía a sí misma, y se desmoronaba con la exhalación de una oruga inexperta.

Se escabulló entre totoras y buscó su propia soledad. Reflexionó sobre sus errores, cuestionó su propio destino, le cerró las puertas a su razón y permitió que su espíritu intente verse como debería haberse visto cuando lo más puro brillaba sobre él. Su felicidad debía renacer de alguna forma, y ésa montaña debía ser escalada sin importar qué. Un paisaje debía ser admirado por última vez, el tiempo de hacerlo se estaba acercando cada vez más, lo inevitable llegaría a su fin, y los miedos ser erradicados. Esas ovejas debían volver gozosas a un buen lugar, y aquellos lobos aullar con cada luna llena. Un equilibrio justo esperaba a ser cumplido cuál trapecista columpiándose con un paso a la vez.

 
 
 

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